sábado, septiembre 28, 2013

Dos horas y media intentando llegar a casa

Ayer pasé atascada en el tránsito más de dos horas y media. ¡Más de dos malditas horas y media! Salí de la oficina sumida en la más profunda ingenuidad, pensando que como faltaban todavía cinco minutotes para las 6 de la tarde, alcanzaría a librar el tráfico pesado. ¡Como si eso fuera posible! ¡Como si salir con unos nubarrones negros, gigantescos sobre mi cabeza no fuera augurio suficiente! Y así me fui, por el largo y sinuoso camino hasta casa. No había recorrido ni diez kilómetros (decir 10 km es pura invención porque tengo atrofiada la capacidad de calcular distancias) cuando aguas torrenciales se precipitaron sobre mi y otro montón de incautos que nos aventuramos a salir rumbo a la tempestad. El tránsito iba haciéndose poco a poco cada vez más lento, para cuando me incorporé a Eje 6 a la altura de la plaza de Toros México, los automóviles prácticamente se habían detenido. El agua seguía precipitándose sin dar tregua y los autos no estaban dispuestos a ceder ni un centímetro. Y entonces todo el camino se volvió un viacrucis de estira y afloja, o mejor dicho, de frena y acelera incesante. Intentaba relajarme buscando buena música en el radio, pero aparentemente buena música y radio no son compatibles. Los vidrios del autito comenzaron a empañarse y la visión se volvió prácticamente imposible. Logré desempañar el parabrisas, pero los vidrios laterales y traseros no dejaban ver nada del exterior, cuando menos me daba cuenta ya tenía un trailer doble remolque justo a un costado y del otro un microbús al que el agua le hacía los mandados. He descubierto que no hay nada más temerario que intentar cambiar de carril en el DF y el nivel de dificultad aumenta cuando llueve. Cualquier indicio que demuestre intentos de movilización provoca un aceleramiento inmediato del decidido conductor que intentará bloquearte el paso ¿Cómo consiguen acelerar en un espacio imposible? Misterio. Observando a los otros descubrí que la metodología correcta es clavarte sin avisar. Desafortunadamente mi pericia (y conciencia social que últimamente empiezo a odiar) no me dan para eso. Demás está hablar de los obstáculos en el camino en forma de cráteres insorteables que se encuentran esparcidos a lo largo de cada calle y avenida. Yo en realidad ya me volví un as y vencería a cualquier en un concurso de obstáculos de esa naturaleza. Claro, si el concurso consistiera en caer precisamente en cada bache. Hace unos días tenía una reunión a primera hora del día y por supuesto, justo ese día, el despertador falló. Salí corriendo de casa a medio vestir, con el pelo enmarañado y los ojos lagañosos y entonces apliqué la técnica más cafreística posible: El semáforo que al dar la vuelta siempre toca en rojo, pero por el que nunca cruza nadie: Me lo volé. Cerrártele al automóvil de al lado porque el camión de delante de mí iba frenando para subir pasaje: Hecho. Cambiar intempestivamente de carril porque en el mío se empezaban a juntar los que dan vuelta en doble fila: pan comido. ¿Los topes dañan la suspensión? Tan solo mito urbano. Como además tenía que llegar corriendo a la reunión, entre todas estas maniobras también iba trenzándome el pelo y maquillándome. Un peatón esperando que alguien le ceda el paso: No yo, que siga esperando. Al final llegué, barriéndome, pero llegué en tiempo récord. Y durante todo el día me sentí miserable por gandalla (lo bueno es que el sentimiento de miseria me duró un día) y entendí por qué la gente conduce en la manera en que lo hace: No importan los otros, todo se vuelve una carrera contra el tiempo y contra los demás. Acelera, ni se te ocurra pensar en que hay más gente que también está fastidiada de los trayectos, que también está cansada, que también quiere llegar a algún lado, que también está harta del tránsito lento. Dos horas y media para llegar a casa. Las piernas ya casi entumidas. Metida en el coche veía con envidia a los ciclistas que pasaban, mojándose, sí, pero avanzando sin detenerse. Pinches calles construidas para coches y no para gente. Pinches gandallas como yo que nos cerramos el paso, que con nuestra impertinencia no hacemos más que provocar más y más tráfico. Accidentes. Me gusta ver a los taxis colectivos que por la mañana hacen mi mismo camino hasta Santa Fe. Los veo alejarse rápidamente mientras yo me quedo atrás, cada vez más atrás. Se van abriendo paso los unos a los otros, cediéndose el paso, esperando a sus compañeros. Eso (y su conducción temeraria) les ayuda a avanzar de manera mucho más ágil. ¿No funcionaría igual si todos hiciéramos exactamente lo mismo? (no lo de la conducción temeraria pues, pero sí lo de irse abriendo camino) Quisiera pensar que el ofrecerme como transporte particular y gratuito para compañeros de la chamba contribuye al menos con un poquito a no contaminar tanto, pero después de perder una tarde entera en el interior del vehículo me di cuenta de que de todos modos es en vano. Debería conseguirme una bicicleta, condición física de atleta profesional, un casco, un chaleco de luces y la bendición de algún dios para ir y volver sana y salva cada día. ¡Dos horas y media para llegar a casa! Para mi fue algo insólito, pero hay personas que hacen recorridos de ese tiempo todos los días ¡Todos los días! Dos horas y media para ir, otras dos y media para regresar ¿Y nos sorprendemos de la neurosis colectiva que nos aqueja a los chilangos? ¡Necesito un cigarro! ¡Y una chela! (Sí ya sé que dije que el atrancón fue ayer, pero recordar es volver a vivir)

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