martes, febrero 26, 2013

Adiós Guadalajara

“¡Sabía que no ibas a regresar, desde que dijiste que te ibas, sólo por un tiempo, yo sabía que no volverías!” Soltó mi amiga, un poco en tono de reclamo, otro tanto con tristeza. No supe qué decir. Fue una tarde de paseo, en que conocí la Torre Latinoamericana, cuando me di cuenta de que la decisión ya la había tomado, solo que no me había dado cuenta de ello. Estaba parada frente al inmenso ventanal, admirando la majestuosidad de una ciudad mágica y surrealista, veía hacia el horizonte y no pude distinguir donde se terminaba este monstruo cambiante, gentil a ratos, amenazador a otros, se extendía hacia todos lados lamiendo cerros y montañas, casi podía sentir y observar como seguía creciendo, lentamente, avorazada, infinitamente. Me asusté, pero en lugar de una mueca de miedo, en mi rostro se dibujó una sonrisa maravillada. Y entonces lloré; y lloré mucho. Lloré de nostalgia, de añoranza por la ciudad que me vio crecer, por su gente, los amigos que se volvieron mi familia, los espacios comunes, mis lugares secretos. Me di cuenta que mi sitio ya no está en esa cálida y hermosa tierra sin importar cuantas veces regrese, ya difícilmente la sentiré mía, aunque siempre forme parte de mí. Hace poco hablaba con un amigo sobre esos lugares especiales, que se vuelven tan propios, tan íntimos, tan nuestros que un sentimiento que podría disfrazarse de egoísmo nos hace atesorarlos resguardándolos de los otros. Me quedé reflexionando en cual sería mi lugar especial y al final me di cuenta que la fascinación que siento por esta ciudad inmensa no quitará su carácter de lugar especial a la ciudad entera en que pasé tantos años y tantos, pero tantos momentos que fueron marcando mi vida y que me llevaron no sólo a ser lo que soy ahora, sino también a tomar las decisiones de vida que me han traído hasta aquí. Mi lugar especial siempre será Guadalajara entera. ¿Por qué tomé la decisión? Ni yo misma lo tengo claro, pero cuando bajé aquella tarde de la Torre Latinoamericana y me perdía, tratando de abrirme paso entre un mar de gente que intentaba cruzar afanosamente el Eje Central, sonreí contenta sin mirar atrás.

3 comentarios:

Alexander Strauffon dijo...

Hay que estar en el lugar donde uno se sienta pleno. Eso, lo que es la individualidad y la paz, debe significar más que lazos, raíces, e incluso nociones de supuesto patriotismo.

A volar cuando uno quiera, y a anidar en el sitio que le plazca.

fjruiz dijo...

Nada es para siempre... y en el momento menos pensado, se regresa a donde uno juraba no volver! Lo bonito de esto, es que uno se da cuenta de lo que había perdido y se aprovecha como nunca antes el lugar recuperado. SALUDOS.

Guffo Caballero dijo...

Un abrazo, Ale. Gracias por seguir siendo mi lectora.