domingo, agosto 24, 2014

De la terriblemente deliciosa nostalgia por sentir recuperado un sentimiento de feliz sorpresa al descubrir como nuevos a viejos autores de antaño.

Toda la pinche culpa la tiene Caifanes. Si no hubieran sido tan populares como se volvieran y no hubieran gracias a eso cerrado las puertas de la fama voraz a otro montón de músicos talentosos, yo hubiera descubierto a Carlos Arellano desde mis más mozos años adolescentiles y no hace apenas una hora, a mis treintaypocos. Y es que claro, mi acercamiento a la música es muy por encimita y desde lo que iba escuchando por ahí, nadie me ilustró ni compartió conmigo su sapiencia musical, así que de pura suerte salí bien librada al preferir siempre el rock sobre cualquier porquería popera. Fue así como esta tarde, tequilera y tormentosa, escuché por casualidad una hermosa canción llamada "Canción para Aleida" y lloré como hacía mucho no lloraba, sacando de sopetón todos los llantos que traía ahí apelmazados en el pecho y mientras mis ojos se aguaban cada vez más, me imaginé que me llamaba Aleida y que alguien me cantaba así bonito y al oído. Y sentí una emoción que hace mucho no sentía por descubrir música que me movía algo por dentro, y recordé esa sensación de juventud cuando escuchaba canciones que me gustaban y me sentía viva y me tumbaba boca arriba sobre la cama con la cobija de cuadritos de colores que me acompañaba desde la infancia y corría a presionar play en el stereo para grabar cassettes que luego escuchaba una y otra vez y otra vez. Y miraba el techo y me imaginaba historias y aventuras que nunca cumplí. Hilaba diálogos que nunca ocurrieron y planeaba encuentros y conversaciones que no sucedieron. El clic que se grababa al apretar los botones de play y stop entre canción y canción.

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