domingo, julio 08, 2012

Visita surrealista al baño de mujeres

Sin saber muy bien por qué a mi, me pidieron que acompañara al baño a la esposa del compañero de mi amiga con quienes habíamos ido a tomar unas chelas el viernes por la noche. Supongo que al verla tambaleándose en su silla después de que se la pasaran las cucharadas y estando yo (peligrosamente) sentada junto a ella, me convertí en la mejor opción. Preguntándome todavía por qué no me había negado, la tomé del brazo y caminamos trastabillando por el angosto corredor hasta el toilette, mientras se quejaba amargamente de lo poco comprensivo que es su marido y disculpándose porque nunca en la vida se había puesto así. (He aprendido que generalmente esos "nuncas en la vida" suelen presentarse cada vez que hay bebidas alcohólicas presentes) Mientras ella devolvía la vida en el excusado, yo estaba pacientemente esperando, mirándome en el espejo y preguntándome esta vez qué carajos hacía ahí. De repente, salió una chica del baño contiguo y viéndome fijamente a los ojos, se echó a llorar "¿Por qué? ¿Por qué a mi?" Se lamentaba mientras yo trataba de adivinar cuál era el motivo de su incógnita y buscando la salida más cercana para emprender la huida tan pronto como fuera posible, pero lamentablemente no era opción porque la de las cucharadas seguía ahí, avocada a lo suyo. Traté de consolarla pero no hice más que provocar que me soltara toda la sopa y siguiera lamentándose: "Soy una basura, no valgo nada, ¿cómo fui tan pendeja?, no puedo olvidarlo, ¿por qué lo invite a venir?, yo quería verlo, quería verlo con la mujer por la que me cambió, ¡¿por qué ella y no yo?!, ¡tenía que decirle que viniera con ella! ¡tenía que humillarme más! soy una basura, no valgo nada...." Y así, ad infinitum. Y entonces le solté una perorata echando mano de mis conocimientos y habilidades como psicóloga y cuando eso no funcionó del todo, contraataqué con filosofía barata tipo "por qué los hombres aman a las cabronas" y le expliqué todo lo que una mujer con autoestima cero necesita saber para empezar a valorarse a sí misma, así, con peras y manzanas. Y dejó de llorar, se sobrepuso, me agradeció hasta que se cansó y se fue. Durante todo este tiempo, que de verdad, no fue poco, la otra rejija de su maíz, seguía en el baño, supongo que ya dormida, pero cuando le hablaba, me contestaba y volvía a su "asunto". Fue entonces cuando se oyó el ruido de una estrepitosa caída en un tercer baño. La señora del aseo del bar y yo nos miramos y corrimos a ver qué había pasado: Otra chica, ahogada de borracha, estaba tirada en el piso, abrazada a la taza, sin apenas poderse mover. Entre la señora y yo la levantamos y ya estaba ésta por despacharla fuera del baño, pero me dio pesar, así que negándome llevé a la chica hasta los lavabos, le eché agua en la cara, le refresqué la nuca, le acomodé el pelo y me aseguré de que se enjuagara la boca, le pregunté si sentía mejor hasta que obtuve una respuesta positiva. Sólo después de eso, entonces sí, la despaché fuera del baño donde ya la esperaba su galán, lo tomó del brazo pero inmediatamente se soltó, avanzó hacia mi y me dio un beso en el cachete “¡Muchas gracias!” me dijo y se fue. Toqué la puerta de mi borracha original, salió, comenzó a refrescarse mojándose la cara y mientras esto sucedía, una chica más, (si, otra, por si no hubiera sido suficiente) entró, se miró fijamente en el espejo y me preguntó “¿Estoy muy despeinada? Es que mis amigos me están molestando porque me dicen que por qué no me peino, pero no es que no quiera, es que no se me acomoda de ninguna manera” Le contesté que primero que nada, no hiciera caso a sus amigos, que como se peinara o si se veía bien era cosa que a ellos no les importaba y le pedí que se soltara el pelo. Luego de una evaluación rápida le dije que se lo atara nuevamente en una colita, le acomodé el fleco de una forma diferente y le dije que así estaba perfecta, mientras mi borracha original asentía y le echaba flores. Y antes de que saliera, como última recomendación le insistí en que no hiciera caso de sus amigos, que como ella estuviera a gusto, era lo importante “¡Si, los hombres son unos malditoooosh!” completó la otra. Por fin, después de un rato que me pareció eterno, regresamos a la mesa. No podía creer que nadie hubiera ido a buscarnos, el marido de aquella estaba igualmente entonado y seguro que ni cuenta se dio que su esposa estuvo ausente tanto tiempo. Después de un rato, se acercó la chica del mal de amores, me pidió que le vendiera un cigarro, le dije que se lo regalaba y que mantuviera el buen ánimo. Me agradeció nuevamente, me insistió en lo bien que le habían hecho mis palabras y me pidió mi teléfono. ¿Qué se hace en estos casos? He aprendido a batear hombres a quienes no tengo la menor intención de dar mi número telefónico y con quienes menos intención tengo de entablar una charla. ¿Pero en estos casos qué aplica? Le di mi número y al pronunciar cada dígito pensaba si no debería mejor inventarlo. Pero luego pensé que seguro al día siguiente ni siquiera se iba a acordar de dónde había sacado ese nombre y teléfono. Las risas y carrilla de la gente de mi mesa no se hicieron esperar. Yo la verdad es que también moría de risa por dentro por lo absurdo de toda la situación, me parecía de verdad surrealista, pero al mismo tiempo me daba tristeza y lástima darme cuenta de cómo tan fácilmente nos agredemos a nosotras mismas y llegamos a depender tanto de la validación de los otros (generalmente hombres) para sentirnos bien. Al mismo tiempo estaba molesta por ver invadido mi espacio vital y furiosa con toda la gente con la que había ido ese día al bar, si ni amigos míos eran y sin embargo, ahí estaba yo, en el baño de mujeres, resolviendo vidas ajenas.

2 comentarios:

Jinete_Enmascarado dijo...

jajajaj mmuy buena anecdota, al final de cuentas te habló o no?

y me das tu telefono? bueno no porque es larga distancia y sale muy caro mejor tu skype =p

Anónimo dijo...

jajaja pasame tu telefono a mi tambien no?? ;)