sábado, octubre 06, 2012

Panza llena, corazón contento

La comida, con sus sabores, sus aromas, sus condimentos, especias y mezclas tan autóctonas, nos define, dándonos una sensación de pertenencia y de arraigo. Cuando estamos lejos de casa, basta con recordar un platillo para inmediatamente remitirnos con un ánimo regionalista (o nacionalista según sea el caso) no sólo al sabor mismo, sino, y sobre todo, a nuestra casa, a nuestra gente. (¿Y después de todo que es nuestra casa si no nuestra gente?) Después de meses de estar lejos de la tierra que me vio crecer me reencontré al mismo tiempo y de la mejor manera con comida deliciosa y con amigos entrañables. ¿Lo primero que hice al llegar a tierras tapatías? Desplazarme a mi zona favorita en la ciudad, sintiéndome un poco traicionera de no llegar primero a otros tantos puntos que tanto extrañaba. Y tomé un café, que sin duda no era el mejor del mundo pero si el más rico justo en ese momento, mientras sentada en una terraza veía a la gente pasar, veía el paisaje que tenía al frente, y una lluvia de recuerdos nublaban mi mente (y mis ojos, he de decir) Cuando el hambre comenzó a hacerse presente con más insistencia, se apareció mi querido y autonombrado hermano mayor para compartir conmigo la segunda mejor carne en su jugo que probé (la primera sigue siendo la de mi mamá) Sentados a la mesa, le entramos con singular alegría al caldo de carne calentito, aderezado con cebolla, cilantro, limón, y acompañado de guacamole, quesadillas, los mejores frijoles refritos del mundo y también de animada charla y risas, que dieron paso a los tequilas y la crítica social cuando dilucidábamos sobre cómo cambiar al mundo.
Luego de ello, otro encuentro, acompañado de la cerveza más dulce y más amarga al mismo tiempo. Sin más que decir. La garganta y el ánimo estaban listos para una larga noche con las amigas ¡Ah! ¿Qué sería de nosotras, mujeres, sin las amigas? Risas, reclamos, chismes, muchas más risas, regaños y palabrotas que inundan el alma de una sensación de bienestar inquebrantable. La noche larga y el descanso poco, pero el buen ánimo seguía presente, así que impuntualmente pero feliz me enfilé la mañana siguiente a degustar el plato más representativo y que más añoraba de mi tierra: Una deliciosa y picosísima torta ahogada. Mi querido amigo me llevó a paladear esa suerte de inigualable birote salado, relleno de carnitas de cerdo, apenas una embarrada de frijoles, remojado en salsa de jitomate, coronado con cebolla desflemada, salpicado con harto limón y bañado además con una salsa picante que quema la lengua y espanta cualquier rastro de cruda y de tristeza.
Y después de eso nada mejor que ir juntos a visitar a otro amigo, para no hacer absolutamente nada, desparramados en la cama, viendo la tele sin ver nada, hablando de todo sin hablar de nada y sentir paz, a sabiendas de que se está ahí, sin nada que decir y diciendo todo. Pero como llegar sin avisar tiene sus implicaciones, había que acompañar al amigo a su cita con la estilista, y como yo no resisto la tentación de estar cerca de una experta en cambios de estilo, me sometí a las tijeras con un muy favorable resultado creo yo (eso de estar impedida para decir “sólo despúntalo” nunca me ha molestado) Y pasado eso y como nuestro apetito voraz siempre nos ha distinguido, nos fuimos rumbo al buffet de sushis, donde aún sin hambre, le entré con singular alegría a todo, mea culpa ¡Cuánto lo disfruté! Todavía quedaban algunos encuentros importantes, así que tuve que despedirme de los amigos para encontrarme con mi amiga de tantos años, tantos que mencionarlos sería evidenciarme, ¡Qué hermosas hijas tiene! ¿Cómo no había pasado más tiempo con ellas antes? No cabe duda que muchas veces damos las cosas por sentado… ¡Qué rico fue redescubrirnos ambas como mujeres plenas, mientras brindábamos con amaretto y café que sabían a gloria! Mi visita a Guadalajara no hubiera sido completa de no haber estado esa noche en Paseo Chapultepec, con mi querido amigo, mi eterno amor platónico, disfrutando de ver a la gente asombrarse con su maravilloso arte. Y luego de ello ¿Por qué no? Más chelas, más risas, más recuerdos en compañía. Esa noche tocaba quedarme con mi gran amiga desde la secundaria ¡Y pensar que nos caíamos de lo más mal en algún momento! Su hija más pequeña me cedió su cuarto y dormí entre cobijas de princesas sintiéndome yo misma una de ellas. A la mañana siguiente y haciendo un gran esfuerzo, me levanté para ir con toda la familia al tianguis del sol. ¡No podía irme sin mi dosis de masa frita rellena una de hongos otra de chicharrón! Yo estaba absorta en mi quesadilla frita, haciendo malabares para no salpicarme del aceite que escurría, mientras le ponía unas cuantas cucharadas de salsa roja picantita, encima de la crema y queso, que a su vez iban sobre una bien condimentada salsita verde, de fondo sonaba música en random de los mejores éxitos de la banda y mi amiga se peleaba con sus tres retoños que no querían terminar su comida. Al final resulté ganando pues gracias a la inapetencia del hijito mayor probé también un poquito de lonche de pierna ¡Qué descaro el mío!
Había que cerrar el deleite culinario de la mejor manera y nada como una fresca nieve de garrafa con mi admirable y grande amiga, en una tranquila tarde en la glorieta Chapalita, lugar de expositores locales de arte que rodeados de árboles, jardines y música tradicional inundan la zona de un ambiente festivo y fresa-queriendo ser bohemio ¡Qué rica me supo esa nieve de vainilla y café, que de haberse presentado de otro modo no hubiera tenido ese sabor tan memorable! Siempre he creído que los amigos son la familia que elegimos y a pesar de las distancias, de las diferencias, del camino que cada uno ha elegido, al final los corazones y los ánimos llenos de buena vibra, el saber que están ahí, que siempre nos acompañan, es lo que nos empuja a seguir hacia delante. Nunca antes mejor aplicado ese refrán que dice “Panza llena, corazón contento”

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