martes, noviembre 06, 2012

Viendo sin abrir los ojos

A veces no puedo dormir durante el trayecto de Toluca a Santa Fé, así que me arrellano lo más cómodamente posible en la nada confortable butaca del transporte y cerrando los ojos, me pongo a ver y redescubrir con el olfato todo lo que me rodea. Me doy cuenta cuando pasamos por el otrora bello río Lerma que ahora mece suavemente montañas de desechos industriales porque un aroma fétido alcanza mi nariz; se me revuelve el estómago, no sólo de asco, o si, pero asco también por la impunidad, la corrupción, la irresponsabilidad que ese vertedero representa. Avanzamos más y alguien a mi lado comienza a pelar una mandarina, delicioso y fresco aroma. La percibo jugosa, carnosa, deliciosa, casi veo como mi compañero intenta hacerse de una servilleta para recoger el jugo que comienza a resbalar por sus manos. De repente, empiezo a sentir más frío, las capas y capas de ropa no amortiguan nada el clima invernal. Huelo, veo entonces sin abrir los ojos la bruma, el cielo gris, los árboles comenzando a pintarse de otoño, el pasto que comienza a secarse. El olor a pino que viéndolo sin ver, inmediatamente me remite al enorme pino navideño en casa de mis abuelos donde pasamos tantas noches en Navidad, sentadas junto a la chimenea. Comienzan las curvas, quiere decir que estamos cerca de llegar a la caseta, disminuimos la velocidad y avanzamos a vuelta de rueda, ni siquiera así abro los ojos. Me siento tan bien. Seguimos avanzando, recuperamos velocidad y tímidamente un rayo de sol asoma entre los nubarrones para darme de lleno en la cara, una sonrisa termina de encender mi rostro y me dejo reconfortar por esa breve calidez. Casi hemos llegado. El ruido de los autos pasando a toda velocidad, las bocinas sonando intermitentemente, encabronadamente salvajes, anunciando que alguien intenta abrirse paso sobre los otros, que a su vez, intentan lo mismo. Frenamos y avanzamos lentamente, se oye una mentada de madre a lo lejos. Alguien cruza temerariamente la avenida, lo sé porque nuestro chofer exclama sin ninguna emoción “serás pendejo, ¡apúrale!” Puedo incluso, oler el smog. ¡Qué lejos han quedado ya los pinos, con su invitación a chocolate calentito, a tamales verdes, a quesadillas de queso en la Marquesa, a la placidez y ligereza de una vida relajada! Añoro esa armonía que ofrece el bosque justo a la mitad de mi camino diario, y quisiera perderme ahí, pero esta vez, con los ojos abiertos. Llegamos.

No hay comentarios.: